BAFICI 2023 – Alegrías riojanas

Alegrías riojanas (España – 2022)
Competencia Vanguardia y Género

Dirección: Velasco Broca
Guion: Velasco Broca, Lucía Moreno
Intérpretes: Juan Antonio Herreruela, Ramón Churruca, Fernando Moreno

por Diego Maté

La música del azar. Los festivales, de tanto en tanto, regalan cosas como Alegrías riojanas, películas que no sabemos de dónde vienen ni cómo es que llegaron hasta nosotros, que traen noticias de otro cine posible, mejor, libre. Filmada como si hubiera sido rodada hace varias décadas (¿en los 60?), el corto de Velasco Broca cuenta una de esas historias que, por su carácter inasible, se vuelven objeto de automatismos clasificatorios, como el que consiste en colgarle el cartelito de “surrealista” a cualquier cosa que se aparte mínimamente de los mandatos de la narrativa clásica. Aunque, de todas formas, el surrealismo sea una de las fuentes de la que bebe Alegrías riojanas, una de tantas otras que remontan el cine a una tradición paralela, la de la magia, las fugas del sentido, la incomprensión (la feliz incomprensión) y el gusto por el juego con diablos, frailes, desiertos, hechizos y otros arcanos.

Un oftalmólogo realiza un examen obsesivo y un poco atolondrado sobre una paciente que culmina en una sonora cachetada. El manotazo llega rasante y sin causa aparente, como si la película no lo propinara tanto sobre la mujer ojerosa como sobre nosotros; una manera de sacudirnos y prepararnos para lo que viene. El relato es tan simple como abstruso: el protagonista se confiesa, el cura consulta viejas grabaciones, empieza una huida misteriosa, un maletín cambia de manos y, en la puerta de la iglesia, se produce un accidente que no es otra cosa que un acto de terrorismo místico. Allí el corto establece dos mundos, el de los vivos y el otro, uno que habitan monjes de andar cansino, un gigante sin cabeza y con ojos en el pecho y diablos escurridizos que libran escaramuzas confusas. De este lado, del nuestro, donde nada es claro ni seguro tampoco, hay una pareja y un hombre que cuida de una extraña criatura que se entretiene estudiando juguetes y se entrega a extrañas derivas sensoriales, al menos hasta que su carcelero le ordena dirigirse a un pequeño ascensor que lo hace descender y lo devuelve quién sabe a qué profundidades.

Broca dispone ese caos narrativo con un gusto evidente por el orden y la precisión: si en Alegrías riojanas se activa una memoria del cine experimental, es una que recuerda a Buñuel, Dalí, Cocteau o Epstein, cineastas menos ocupados en tensar las formas que los relatos y sus aparatos productores de sentido. El espectador entiende enseguida, con el cachete todavía latiéndole, que el corto no le pide reconstituir las tramas que se dispersan a lo largo de casi media hora sino, por el contrario, que se comporte más bien como ese extraño ser en cautiverio, que se deslumbra presionando botones y escuchando los sonidos generados, entregado menos a las rigideces de la comprensión que a las voluptuosidades del azar.

Deja un comentario