La chica del parque (The Girl in the Park)

Año: 2007
Origen: Estados Unidos
Dirección: David Auburn
Guión: David Auburn
Intérpretes: Sigourney Weaver, Kate Bosworth, Alessandro Nivola, Elias Koteas
Fotografía: Stuart Dryburgh
Edición: Kristina Boden
Duración: 109 minutos

por David Obarrio

A falta de otras virtudes demasiado ostensibles, la primera película de David Auburn tiene en principio algo para exhibir con orgullo: discreción. Con esa palabra como credo el film discurre cautelosamente, con sus planos bañados de luz otoñal y sus breves, casi imperceptibles comentarios musicales. Sin embargo, hay un drama en el corazón de la película: una mujer (Sigourney Weaver) pierde a su pequeña hija en la plaza en donde  estaba jugando. Literalmente, la pierde de vista. El director dispone un plano en el que se ve a la niña y a la madre al fondo sentada en un banco. En el contraplano, la madre que alza la vista hacia el fuera de campo. Como en un truco de prestidigitación macabro, la hija ha desaparecido, se acaba de escurrir de la vida. Sin estallidos ni extorsiones dilatorias, el director va al grano. En una elipsis brutal, la película retoma a la mujer dieciséis años después en su regreso a la ciudad que fue escenario de su tragedia y de la que permaneció ausente durante todo ese lapso de tiempo.

Rápidamente, La chica del parque opta por desentenderse de una cuestión relacionada con la verosimilitud de la historia. Sigourney Weaver, que ya en principio parece bastante mayor como para hacer el papel de madre de una chica de tan corta edad, luce igual que antes tres lustros más tarde. Como si su película fuese una puesta a prueba de las posibilidades actorales de Weaver, el director vuelve decididamente a ese rostro sin afeites ni maquillaje alguno, al que apenas una leve diferencia en el corte de pelo presta el marco para un dolor al que el paso del tiempo no alcanza a apaciguar sino que solo confirma. En cierto sentido una historia de fantasmas, la película registra el paso por la vida de la mujer empecinada en su recuerdo mientras todo alrededor sigue su marcha despiadadamente (solo el rostro no cambia): el hombre que supo ser su marido ha formado una nueva familia hace rato y su hijo, hermano de la niña desaparecida a la que llevaba unos pocos de años, está a punto de casarse. Una escena de exquisita planificación muestra al padre del muchacho tomando entusiasmado la palabra en un brindis de compromiso de la joven pareja mientras la mujer, que recién acaba de llegar, permanece alejada sin que nadie acuse recibo de su presencia, acaso definitivamente apartada del círculo de emoción que irradia el mundo.

La chica del parque parece describir un caso patológico pero a la vez, modestamente, no deja de señalar con aire distraído un estado de cosas en el que el sufrimiento no puede ser percibido sino como síntoma, como aguja anhelante de aquello que se ha decidido olvidar y apartar de la vida. Cuando la mujer conoce de casualidad en la calle a una adolescente, una auténtica party girl a la que lleva a vivir a su casa y prácticamente adopta, el film esboza apenas un giro de enigma que enseguida se diluye. No importa si la chica es o no hija de la mujer. O si una está loca y la otra aprovecha para sacar partido de la situación. Mediante una foto que la chica saca de su billetera y que viene a completar la página que ha quedado en blanco del álbum de la mujer, la película parece reflexionar inesperadamente sobre la capacidad de la imagen, no tanto para erigirse como prueba y enunciar así el carácter verdadero de un vínculo perdido sino para establecer la fundación de uno nuevo.