Hambre de poder (The Founder)

Año: 2016
Origen: Estados Unidos
Dirección: John Lee Hancock
Guión: Robert Siegel
Intérpretes: Michael Keaton, Linda Cardellini, Patrick Wilson, Laura Dern, John Carroll Lynch
Fotografía: John Schwartzman
Música: Carter Burwell
Edición: Robert Frazen
Duración: 116 minutos

por Emiliano A. Cappiello

Impriman la leyenda. Hambre de poder (¿tanto les costaba poner El fundador?) es la película sobre la fundación de McDonald’s. Ese es el atractivo, el pitch le dirían allá, la idea básica por narrar en que se basa la película. Y sí, lo que cuenta es eso, cómo el restaurante creado por dos hermanos (los McDonald) fue explotado y usurpado por un empresario más ambicioso, Ray Kroc, que eventualmente acabaría por adueñarse de todo, incluyendo la historia fundacional.

Lo que Hambre de poder hace bien, incluso muy bien, es narrar esta historia sin boludeces. Sí, es una película sobre los límites de la ambición y la crueldad del mundo empresarial y todo eso. Pero son temas secundarios. El principal foco de Hambre de poder es cómo funciona la creación de un mito. Pocas cosas deben ser, aun hoy en día, reconocidas tan globalmente como McDonald’s. En cualquier esquina del mundo saben lo que esa M amarilla y ese payaso significan. Hambre de poder narra la creación de esta marca sin entregarse a lecciones éticas o morales. Ray Kroc es un jodido, pero la película evita juzgarlo o ensalzarlo demasiado; no es más que un hombre gris con una ambición desmedida que encuentra la oportunidad perfecta. Keaton sigue en su etapa “quiero un Oscar” post-Birdman, ahora estrenando acento sureño (nada puede ser peor que el de Boston que intentó en Spotlight), pero no molesta tanto al equilibrarse con las dos actuaciones excelentes de Nick Offerman y John Carroll Lynch. Los hermanos McDonald son el alma real de la película, ejes morales, aunque medio ilusos, que sabemos perdedores desde el comienzo. Al no tomar un único bando en la disputa, John Lee Hancock (que hizo Saving Mr. Banks, así que le perdonamos todo lo anterior) evita los peligros más obvios de esta historia: sus posibles facilismos y enseñanzas condescendientes.

Al final de Hambre de poder aparecen registros de los personajes reales, aunque solo de la parte de Kroc. Quizás no todo lo que vimos haya sido cierto. Pero la película sabe que esto es irrelevante. La historia, sabemos, la escriben los vencedores. Y esto no es un documental, sino una buena historia.

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