Vicky Cristina Barcelona

Vicky Cristina Barcelona - CinemaramaAño: 2008
Origen: España, Estados Unidos
Dirección: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Intérpretes: Javier Bardem, Penélope Cruz, Scarlett Johansson, Rebecca Hall, Kevin Dunn
Fotografía: Javier Aguirresarobe
Edición: Alisa Lepselter
Duración: 95 minutos

por Diego Maté

El cine que no existe. Woody Allen es un caso serio. Un tipo que fue uno de los cineastas norteamericanos más interesantes durante los 70 y 80; que inyectó humor, ingenio y una conciencia por las formas cinematográficas en el público como pocos directores supieron hacerlo; que llenaba salas con películas exigentes, que nunca dejaban de pensar y cuestionar el cine; responsable de algunas de las comedias más rescatables de los últimos treinta años. Algo de esa primera lucidez alcanza a tocar a películas de los 90 como Maridos y esposas, Celebrity o Los secretos de Harry, y hasta alguna que otra del nuevo milenio como La maldición del escorpión de Jade. En el medio, como corresponde a cualquier artista increíblemente prolífico, hubo películas débiles, directamente fallidas y algún que otro fiasco. Pero lo que sucedió a partir de Match Point es difícil de explicar: es como si aquel experimentador cinematográfico y observador riguroso de la vida urbana, cansado de darle tantas vueltas al asunto este de hacer películas (a un ritmo de casi una por año, como para no cansarse) hubiese decidido abandonar cualquier clase de búsqueda y empezar a filmar sin ganas, sin vitalidad. Al trío Match Point, Scoop y El sueño de Cassandra se las puede acusar de muchas cosas, pero hay algo que es imperdonable; que las tres son películas frías, sin corazón, que avanzan como por inercia. Más allá de la gravedad impostada que le imprimen a la historia, de la solemnidad con que se tratan algunos temas, de la torpeza a la hora de construir personajes y conflictos, de la mirada pintoresca y for export que tienen del mundo; más allá de todo, lo peor de estas tres películas es el vacío y la falta de compromiso que dejan entrever, un hueco que ni todos los “grandes temas” ni todas las frases altisonantes pueden llenar. Tres películas muertas, que inexplicablemente convocaron y siguen convocando al público en grandes cantidades.

Vicky Cristina Barcelona viene a profundizar todavía más la tendencia del último cine de Allen. En esa misma línea de exponer la parte formal que tenía la trilogía, Vicky… también echa a andar exhibiendo sus engranajes (desde el comienzo, donde una voz en off define a dos personajes de la forma más básica posible) y mostrándose en su andamiaje narrativo, como si lo que se estuviera viendo en la pantalla fuera un guión y no una película. Así, cada punto de partida y llegada de los personajes va a ser previsible y visible en la trama, porque todo confluye con claridad y la narración trasluce el camino de los conflictos. También, Allen vuelve a la comparación ramplona que ya practicaba en Match Point entre culturas y maneras de sentir europeas y americanas. Así, por este lado, Vicky… lleva adelante lo propuesto en la trilogía anterior. Pero por otro, también está España. Y acá sí, Allen parece haber alcanzado un grado de cinismo y superficialidad impensados incluso en sus películas inmediatamente anteriores. La Barcelona de Vicky… es turística pero ya en un sentido totalmente obsceno, amoral, como puede verse en la enumeración de los peores clisés y pintoresquismos de “lo español” como la arquitectura de Gaudí, Miró, la música (se escuchan Asturias y Granada de Albéniz tocados en guitarra, más alguna rumba de Paco de Lucía), el encanto “mágico” de las noches españolas, el carácter intempestivo y pasional de sus mujeres (los ataques del personaje de Penélope Cruz), etc.

Lo raro es que todo resulta notablemente mecánico, robótico, como si a la película se le vieran los hilos constantemente (esto ya pasaba en la trilogía, sobre todo en El sueño…). Quizás esta sea la nueva apuesta de Allen para conquistar a su público, el dejarles servida una película que deja ver su factura y que invita (acá me arriesgo) a la reflexión fácil y superficial sobre las formas del cine (pienso en otro director que supo hacer lo mismo en los 90 como Tarantino, aunque desde otro lugar). Creo que es la única explicación posible para el éxito que tuvieron sus tres películas anteriores: que de alguna manera le entregan al espectador una anécdota mínima, que de tan básica y transparente permite poner en un primer plano a lo estético, que también es liso, aburrido, hueco, y dejan todo cocinado y preparado para discutir (o algo parecido) un buen rato sobre la película. El problema es que de tan huecos, estos films/artefactos acaban estando vaciados de todo: historias, personajes, conflictos y ética. No es solamente que tengan problemas (que los tienen y graves), si no que de a ratos pareciera que no formaran parte de nuestro mundo. De tan liviano y débil, el último cine de Woody Allen parece que se deshace en la pantalla.

De Match Point a esta parte, los cuatro trabajos de Allen merecen la condena y el olvido absolutos; pero cuidado, que tampoco hay que ofuscarse tanto, porque (parafraseando a Godard) enojarse demasiado con estas películas sería casi como admitir que existen.

Vicky Cristina Barcelona - Cinemarama

Una respuesta

  1. Me mantuvo cautivo, me causó mucha gracia e incluso me hizo pensar un poco, y la canción esa que se repite me parece un hallazgo. Le pondría un 6 en 10 o tres asteriscos en cinco.

    Es verdad que la voz en off esa se pone un poquito irritante.

    febrero 6, 2009 en 5:30 am

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