Dossier Kaurismäki – El hombre sin pasado

El hombre sin pasado (Mies vailla menneisyytaa – Finlandia, Alemania, Francia  – 2002 – 97’)

Dirección: Aki Kaurismäki
Guión: Aki Kaurismäki
Intérpretes: Markku Peltola, Kati Outinen, Juhani Niemela, Kaija Pakarinen

por David Obarrio

El humor del sismógrafo. El mayor humanista entre los cineastas contemporáneos tiene un arma secreta. Después de una serie de tomas cortas de un tren en la noche que llega a la estación, un hombre camina por un paraje solitario y es golpeado con saña por una patota. Al tipo lo dan por muerto pero se recupera contra todo pronóstico, huye del hospital con la cabeza vendada y va a parar a un villorrio miserable en las afueras de Helsinki. No sabe cómo llegó hasta allí y ni siquiera puede recordar su nombre. Como otras veces en el cine del finlandés, debe empezar de cero. Pero además es pobre y nadie da un peso por su futuro. Excepto sus almas gemelas, las que no están mucho mejor que él. Kaurismäki es un especialista en breves obras maestras, un equilibrista de la levedad, la gracia y el corte abrupto cuya destreza y tenaz convicción tiñen cada una de sus películas con un tono de sonrisa triste. En cada momento terrible de El hombre sin pasado (y hay más de uno) el director saca un as de la manga en forma de filigrana cómica, una fuerza misteriosa –rebelde y profundamente esperanzada– que desactiva el mal y envuelve a los personajes como un manto protector. Si el toque de comedia sórdida podría provenir de Chaplin –el protagonista que pide agua caliente en un bar y va sentarse a una mesa junto a la ventana con su vaso de plástico, para enseguida sacar sigilosamente de su bolsillo un saquito de té usado mientras suena un aire fuerte de tango atemporal–, la película no desdeña tampoco el chiste directo donde la imagen se contrapone a la palabra, cincelado con una velocidad de dibujo animado: “¿Cómo se llama el perro?” le preguntan al hombre que tira de la correa del animal –un cuzquito sin carácter que mira la escena con ojos bovinos pero cuyo dueño quiere hacer pasar por un mastín sanguinario– “Hannibal”, responde porfiado, imprimiéndole ferocidad a la pronunciación. Que en los dos casos el humor tenga rastros reconocibles en una historia transversal del cine importa menos que el alivio contundente que es capaz de introducir en la trama, una implacable marejada de desgracias y equívocos por donde el personaje principal da brazadas sin que se le mueva un músculo de la cara. En lo concerniente a lo gestual, Kaurismäki saltea la morisqueta chaplinesca para inclinarse por el estoicismo imperturbable de Keaton. O mejor para tomar a préstamo el concepto de “modelo” de Bresson, al que sin miramientos procede a inyectarle vehementes dosis de calidez y ternura inesperadas.

El mundo de las películas de Kaurismäki tiene la apariencia engañosa de un universo cerrado y autosuficiente, de fantasía de color, música y nostalgia que parece flotar ensimismado frente al despliegue de su propia vitalidad y suficiencia. Sin embargo, las marcas de la realidad concreta del mundo se hacen presentes de un modo evidente. El director crea fábulas sobre el capitalismo que se presentan como cuentos de hadas, del mismo modo que las comedias y los musicales clásicos no se engañaban en relación a los efectos de la codicia de los poderosos, del desempleo y la pobreza. Kaurismäki apela a un sentimiento de solidaridad genuino entre iguales. A sus obreros especializados los rodea un halo que parece remitir al clima de entusiasmo de la época del Frente Popular en las películas de Renoir. Y aunque tenga predilección por los finales más o menos felices, el sentido poético de los planos, de una melancolía que flota entre los personajes como delicado anticipo de un sino trágico, se puede ver en Toni, en La regla del juego, en El crimen de Monsieur Lange y en tantas otras del director francés. Kaurismäki opera como un sismógrafo, atento a los latidos del mundo y a la desesperación de los hombres. Lo último que se pierde es la solidaridad. El hombre sin pasado es una vuelta más en el programa desbordante de empeño y de fe del director, en el que la humanidad se redime reconociéndose a sí misma.

2 comentarios

  1. Vi al Hombre sin pasado en un cine de barrio que ya demolieron.
    Recuerdo sobre todo el bello color oxidado de los contenedores que en mi memoria.colorea toda la película.
    Recuerdo también que me hizo sentir sentir que, a pesar de todo,a lo mejor ,quien sabe,sí hay esperanzas para el corazón humano.
    Me gusta mucho como escribes y desde donde miras.

    junio 15, 2012 en 12:09 pm

    • Muchas gracias, Carmen. A mí me gusta mucho tu blog.

      junio 15, 2012 en 12:46 pm

Deja un comentario