Dossier Gángsters – El Padrino (la trilogía)

El Padrino (The Godfather – Estados Unidos – 1972). El Padrino: Parte II (The Godfather: Part II – Estados Unidos – 1974). El Padrino: Parte III (The Godfather: Part III  – Estados Unidos – 1990)

Dirección: Francis Ford Coppola
Guión: Mario Puzo, Francis Ford Coppola
Intérpretes: Marlon Brando, Al Pacino, Robert De Niro, Diane Keaton, Robert Duvall, Andy García, Sofía Coppola.

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por Laura Gehl

El Padrino (la trilogía) es inabarcable en una sola visión: está plagada de sentido, y hasta las cosas que puedan parecer triviales o casuales tienen significado. Una mirada, escenografías, el clima, hasta las naranjas nos dicen algo. Frecuentemente para referirse a cualquiera de las partes se suelen escuchar frases como “en El Padrino está todo”, o “es más grande que la vida misma”, y algo (o mucho) de eso hay. El Padrino (la primera película) comienza con el casamiento de la hija de Don Corleone, una excelente manera de presentar a toda la familia con pocos planos; por otro lado, la tradición dice que ningún siciliano se niega a una petición en la boda de su hija, por eso, el Don “trabaja” incluso ese día. Este contrapunto es fundamental en la película: el ámbito de los negocios y el crimen organizado (oscuro, iluminado artificialmente aunque sea de día) está íntimamente relacionado con el ámbito familiar (diurno, soleado); mientras el imponente y aterrador Luca Brassi felicita al Don, dos nenas entran en el escritorio corriendo y jugando, la escena es natural y cotidiana y también es una muestra importante de carácter, Vito Corleone integra ambos territorios, nunca los pone en conflicto. También (Buenos muchachos retoma la misma idea) es una película marcada por el cambio: la negativa de Don Corleone a participar en el negocio de las drogas lo pone en una situación de debilidad y peligro, atentan contra su vida (mientras compra naranjas, la aparición más contundente de la fruta como símbolo del mal presagio o la muerte) y matan a su primogénito, Sonny. Este entramado de ataques y contraataques entre enemigos sirve de puntapié inicial para la participación activa en los negocios de la Familia del menor de los Corleone, Michael: el joven soldado que se jactaba de no pertenecer a ese mundo se descubre como el más apto para heredar a su padre. Michael es ahora el nuevo Don, y un nuevo contraste también se da entre ellos. A la calidez y caballerosidad de Vito que lo hacían ver más humano aunque fuera un asesino, se le oponen la frialdad y fiereza de Michael, quien poco a poco se convierte en un hombre temible hasta para su mujer, Kay. Es a partir de este momento que se ponen en conflicto dos aspectos de su vida: el laboral y el familiar. Hacia el final, ya muerto Vito Corleone, distintos empleados saludan formalmente al nuevo Don, la mirada de Michael, en la penumbra del escritorio, es gélida y sombría, del otro lado de la puerta está Kay, observando, la cámara detrás de ella lo deja al Don en la profundidad del cuadro mientras su consiglieri cierra la puerta. Ese plano final termina por afianzar la significación de la incompatibilidad: la vida familiar queda definitivamente fuera.

Dos años más tarde, Coppola filma El Padrino: Parte II, y la historia se bifurca: el relato se divide entre Michael, consolidado como jefe de la Familia y el joven Vito desde los tiempos en que era apenas un niño en su Sicilia natal. Esta vez se narra en paralelo la experiencia de padre e hijo y cómo se erigen ambas figuras: uno, Vito, para ser amado y respetado; el otro, Michael, para ser temido. Y se sabe, los tiempos cambian. Mientras en la primera película los contactos políticos eran una referencia, aquí directamente los políticos son homologados a la mafia, “somos parte de la misma hipocresía” le dice Michael a un iluso senador que pretende amenazarlo, la mafia ya no es un grupo improvisado de gángsters, ahora es dueña de casinos en Las Vegas y Don Corleone es un poderoso empresario. Cuando Michael vuelve a su casa del Lago Tahoe tras pasar un largo período de auto-exilio en Cuba después de que intentaran asesinarlo, Coppola lo muestra caminando en la nieve, solo, como una metáfora de la frialdad que lo rodea.

Cuando el joven Vito asesina al Padrino del barrio, Fanucci, lo hace por su familia y así, de alguna manera, la consolida y la salva. En cambio, Michael, a la vez que la salva, la destruye. Kay, la pasiva mujer eternamente detrás de la puerta, finalmente enfrenta a Michael. Él la pierde, junto con todo lo que ella representa. Pierde lo más importante que tiene. Nuevamente, Coppola refuerza el sentido de todo lo anterior en los planos finales: Michael manda a matar a su hermano Fredo (mientras come una naranja), se escucha el disparo y lo vemos al Don mirando la escena desde su casa, bajando la cabeza; recordando viejos tiempos en la casa paterna junto a sus hermanos, esperando la llegada de su padre para festejarle el cumpleaños. Vito llega pero nunca aparece en escena, todos corren a recibirlo, menos Michael, que se queda solo en la cocina, pensativo. Se ha quedado solo, y se ha convertido en un monstruo.

Ése era el final ideal para Coppola, nunca estuvo en sus planes filmar una tercera parte, y de hecho, pasaron dieciséis años hasta hacerlo. El Padrino: Parte III es la más despareja de las tres, la única despareja en realidad, pero si las escenas finales cerraban de manera tan significativa cada una de las películas, esta tercera parte funciona de manera similar para con toda la serie: Michael está viejo y enfermo, sus negocios se han vuelto legítimos y su nombre digno del respeto que el dinero puede comprar. La Iglesia Católica con el Vaticano a la cabeza ocupa el lugar que le cabía a los políticos corruptos en la Parte II. Los tiempos cambiaron una vez más: Connie se presenta como un personaje fuerte e influyente, Kay se volvió a casar y Mary, la hija de Michael, es la única que trabaja con él. Las mujeres ganan protagonismo, y el único capaz de continuar con el legado familiar ni siquiera lleva el apellido Corleone: es el hijo ilegal de Sonny, Vincent, tan temperamental como su padre. En esta última película Michael busca redención, perdón: divino y terrenal. A través de una sentida confesión con un cura, se le otorga el perdón divino, el que menos le interesa. El único que tendrá. Con la muerte de su hija pagará todo su pasado, no hay absolución, solo hay castigo. La distancia entre padre e hijo se renueva por última vez: Vito muere mientras juega con su nieto por una plantación de naranjas y en un día soleado y primaveral, feliz y en familia. Michael muere un día gris y frío, sumido en el dolor más profundo, completamente solo.

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