Navidad sin los suegros (Four Christmases)

Año: 2008
Origen: Estados Unidos, Alemania
Dirección: Seth Gordon
Guión: Matt Allen, Caleb Wilson
Intérpretes: Vince Vaughn, Reese Whiterspoon, Robert Duvall, Sissy Spacek, Jon Voight
Fotografía: Jeffrey Kimball
Edición: Mark Helfrich, Melissa Kent
Música: Alex Wurman
Duración: 88 minutos

por Laura Gehl

Todo fin de año que se precie de tal debe tener su película navideña y este diciembre escuálido de estrenos nos dejó apenas una comedia romántica, pero algo es algo y ese algo es Navidad sin los suegros, que en realidad es con los suegros (sería muy positivo para todos que el “señor que pone los títulos” vea las películas antes de hacer su trabajo). ¿De qué se trata entonces? Una joven pareja neoyorkina profesional y hedonista (Vince Vaughn y Reese Whiterspoon) se ve forzada a pasar el 24 de diciembre con cada uno de sus divorciados progenitores, lo que para los enamorados es una tragedia. A su vez, cada una de estas familias es la encarnación de todo lo que la pareja no quiere para su vida, comenzando por casarse y tener hijos. O sea, la familia en su concepción más tradicional.

En la primera mitad de la película en la que se encarga de mostrarnos y explicar brevemente a los personajes principales, Navidad… funciona bastante bien. Vaughn interpreta este tipo de roles casi de memoria y sin esfuerzo; Whiterspoon, quizá la más alejada en la composición de estos papeles, cumple con el objetivo de darle credibilidad a la joven mujer con las dosis justas de elegancia y comicidad, y así la pareja (elemento clave en el universo de la comedia romántica) también funciona. Además, en esos momentos el humor es sutil y con un dejo de acidez fresco y agradable.

Pero un problema surge hacia el final, a medida que la pareja visita cada una de las casas de sus padres. Lentamente, el humor va perdiéndose al mismo tiempo que la película errando su rumbo: el foco se posa sobre ciertas bondades de la vida doméstica y, (de forma bastante conservadora) en sólo un día el personaje femenino muta desde la aversión al compromiso hasta convertirse en aquella idea básica de mujer que termina preguntando la frase tan temida por los hombres: ¿hacia dónde va nuestra relación? Así la narración termina fijada en un sentimentalismo de trazo grueso que entorpece al relato y, de manera un tanto apurada, transforma a la historia en algo que no perfilaba ser: una oda a la familia tradicional.