Oldboy: Días de venganza (Oldboy)

Oldboy: Días de venganza (Oldboy) - c i n e m a r a m aAño: 2013
Origen: Estados Unidos
Dirección: Spike Lee
Guión: Mark Protosevich
Intérpretes: Josh Brolin, Elizabeth Olsen, Sharlto Copley, Samuel L Jackson
Fotografía: Sean Bobbitt
Edición: Barry Alexander Brown
Música: Bruce Hornsby
Duración: 105 minutos

por Diego Maté

El cine coreano gusta de la crueldad, qué duda cabe. O mejor habría que decir surcoreano, ya que del de Corea del Norte prácticamente no tenemos noticias. Entonces, recapitulemos: es el cine surcoreano, al menos del que pudimos ver por acá, el que hizo prácticamente un culto de la crueldad. Pero a la crueldad (como a todo) se llega a través de múltiples vías: está la solemne y que presume de su inteligencia y contemporaneidad como la de Kim Ki-duk, quizás el más insoportable de los directores coreanos del presente; o la mucho más interesante de Bong Jong-hoo, siempre enmarcada dentro del trabajo con los géneros y del cine popular. Seguramente haya muchas más, tantas como directores, películas y tendencias pueda albergar una cinematografía de la potencia de la surcoreana. Pero existe una que merece ser señalada por no parecerse en nada a las anteriores, y probablemente por no parecerse en nada a la filmografía de cualquier director a secas, coreano o no. Se trata de Park Chan-wook y en especial de Oldboy, película que al día de hoy, con una década de existencia, parece haber envejecido maravillosamente. Todo esto viene a cuento de la remake norteamericana de esa Oldboy a cargo de Spike Lee, acá estrenada como Oldboy: Días de venganza, una película contrahecha que no sabe bien hacia dónde va ni cómo llegar ahí, pero que igual, de alguna manera un poco misteriosa, se mueve, camina en alguna dirección.

Primero digamos lo que la película nueva no hace: no se sube a la ola de remake de películas orientales con la intención de trasladar el relato de la original a un paisaje conocido para el cine americano; a Spike Lee no le interesa demasiado aprovecharse del éxito de la primera, por eso no hay tentativa de traducción (como en La llamada, Dark Water u otras de terror) sino una reformulación completa, que toma la primera apenas como un esqueleto y le adosa una masa muscular distinta. Lo más notable de la remake es el zigzagueo que, de manera buscada o no, realiza el director: la nueva Oldboy arranca como un drama, se pone brevemente alucinógena, espolvorea un poco de comedia, vuelve al drama, se calza por un rato las ropas de un thriller de segunda mano, etc. Ese recorrido accidentado descoloca, nos pone en un lugar de incertidumbre sin que sepamos bien qué pensar del conjunto: ¿estamos frente a un ejercicio calibradísimo de mezcla de géneros y tonos, o ese desfile de incongruencias y tosquedades se debe solo a la incapacidad de la película para narrar cualquier cosa, lo que sea?

Lo que sí queda claro es que Oldboy, la original, era una comedia macabra, a veces sádica y a veces simplemente cómica, que desplegaba un arsenal impresionante de recursos cinematográficos y los ponía a jugar como si todo eso fuera una fiesta del cine (raccords, fundidos, pantalla partida, planos con espejos, miradas a cámara, montaje alternado, saltos en la narración, planos virtuosos, etc. etc. etc.). Pero sobre todo, Park apostaba al exceso puro y duro para nada exento de autoconciencia, es decir que el director nunca se creía del todo lo que contaba, pero eso no le impedía imprimirle un aire notablemente operístico a su monstruo cinematográfico de muchas cabezas que bebía por igual en el cine de género, el moderno y hasta en el cómic (Oldboy fue primero una historieta japonesa). En cambio, Lee parece querer romper con ese antecedente al comienzo, cuando recarga las tintas sobre los vicios y la miserabilidad de su protagonista, como queriendo justificar, en parte, el castigo que llegará después: quince años de encierro en una pequeña habitación de hotel.

Hasta ahí venimos más o bien, o quizás no venimos tan bien pero entendemos de qué se trata todo: de hacer una remake realista, de despojar a la película de Park de su lirismo juguetón. Pero de golpe aparece Samuel Jackson con un mohawk en miniatura tenido de rubio, interpretando menos a un carcelero despiadado que a un negro estresado y puteador en plan comic-relief a lo Martin Lawrence. Ahí es dónde la película enloquece, y donde Lee revela en parte su plan (si es que tal cosa de verdad existe): hacer una especie de parodia de la original. ¿Pero cómo se parodia una película como Oldboy, tan consciente de sí misma y de sus recursos que incluso podría decirse que ya carga con una mirada paródica dirigida a sí misma? Haciendo justo lo contrario de lo que hace la otra, podría decirnos Spike Lee a través de sus lentes gruesos: poniendo drama donde nunca lo hubo, un actor haciendo casi de sí mismo (Jackson) donde solo había un personaje del montón, trocando el villano melancólico y misterioso de la original por otro histérico y tembloroso carente de la dosis más insignificante de carisma y, quizás lo más importante, elaborando un protagonista lineal, sin matices, que vira de la locura a la venganza ciega sin momentos intermedios, sin transformaciones, como si fuera un androide con dos o tres estados emocionales preprogramados que se activan alternadamente.

¿Por que se lo pone a un actor más bien limitado como Josh Brolin a interpretar a un personaje infinitamente complejo y ridículo a la vez como el de Oldboy? ¿No hay un pequeño gesto de desprecio por la historia ahí, como si Spike Lee quisiera ver qué sale de la cruza de un actor rocoso y pesado, sin flexibilidad alguna de carácter, con un relato que pide una presencia ambigua, una interpretación que pase por muchas zonas dramáticas a la vez pero sin anclar nunca en ninguna? Ya se sabe qué pasa cuando le dan personajes “difíciles” a Brolin: el tipo entrega a un villano patético y balbuceante como en Temple de acero. Lo suyo son los brutos nobles, los duros cortos de entendederas como el detective de Fuerza antigángster, no los personajes al estilo de Oh Dae-su, el protagonista de la Oldboy original. Pero todas formas, ahí en la pantalla está Brolin, no resultando creíble en ningún momento, ya sea durante la locura de su encierro, en su cruzada vengativa incontenible o en su inesperada expiación final.

Si el protagonista no contribuye a que entremos en el mundo de la historia, entonces deberemos observar a los otros personajes, a ver si alguno de ellos nos ayuda a involucrarnos un poco en los hechos. Pero, como ya se dijo, las actuaciones de Samuel Jackson y de Sharlto Copley dinamitan cualquier posible efecto de verosimilitud: los dos personajes son exagerados, payasescos, tienen casi el estatuto de una burla, de un chiste mal contado. Y si se trata de contar mal algo, no se puede dejar pasar lo que hace Lee con el que quizás sea el momento más recordado de la original: el plano secuencia lateral que muestra al protagonista abriéndose camino a través de una pandilla, armado primero con un martillo y después simplemente a las piñas y a las patadas. Ese plano, de un dinamismo y una violencia increíbles, en el que se siente permanentemente el peso de los cuerpos magullados y cada vez más cansados es, curiosamente y contra cualquier pronóstico, arruinado por Spike Lee. Todo el tiempo, la remake parece recordarnos que estamos viendo un plano secuencia, como si se notaran las actuaciones y las coreografías en desmedro de la intensidad de la pelea. Lee incluso alardea sumando un cambio de espacio (sin cortes), pero eso atenta todavía más contra el ritmo de la secuencia, que no tiene ni la décima parte del vértigo y la violencia de la filmada por Park. Después de la golpiza y matanza general, Brolin apenas si parece un poco cansado, y es como si la película acabara de cumplir con un trámite molesto, como si el director nos dijera: “Bueno, ahí tienen el plano ese que tanto les gusta. A mí me importa un corno, filmé esto para que después no me vengan con que faltaba”.

De ahí en adelante, uno no sabe si la remake quiere reírse de la original, de sí misma, o si solo no tiene idea de cómo hacer algo que se parezca remotamente al cine. Sea como sea, el adefesio nos mantiene en vilo, aunque sea solo por morbosidad, para ver qué animalada va a perpetrar el director en la escena que sigue.

Nota publicada en la revista Haciendo Cine

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